Auge y caída de los Juegos Diana
POR JORGE ROJAS G. • FOTO: ALEJANDRO OLIVARES
En su mejor momento tuvieron tres locales en Santiago y 26 en el resto de Chile. En los sesenta incluso la clase alta repletaba el puesto que tenían en la Alameda y se quedaban hasta la madrugada jugando lotería. Fueron los reyes de la entretención, pero la dictadura, la competencia con Fantasilandia, los mall, la tecnología y los patos malos los reventaron. Aunque se hayan llenado el Día del Niño, los Juegos Diana están en su peor pantalla.
En 1934, Roberto Zúñiga Peñailillo, un chofer de tranvías, se instaló en el barrio Mapocho a cobrar por un tiro al blanco que tenía de premios cigarros y galletas. En Santiago, por ese entonces, no habían centros de entretención “sanos” para después del trabajo. Y accesibles.
-Mi abuelo vio en el juego una posibilidad de ganar plata. Se instaló en lo que en ese tiempo se llamaba Barrio Chino con el tiro al blanco. Los rifles que usó eran alemanes, de marca Diana, y por eso la gente comenzó a llamar al lugar los “Tiros Diana” –cuenta Enrique Zúñiga, nieto del fundador.
En ese entonces, recuerda Ignacio Moraga, yerno del patriarca Zúñiga, las armas estaban de moda. A los Tiros Diana les fue muy bien.
-El ingenio hizo crecer el negocio. Al tiempo los Diana tenían los gatos porfiados y una pelota para boxear. Los fines de semana se colocaban en el cerro Santa Lucía y en pocos años inauguraron un carrusel y una rueda de Chicago que estaban de remate en la aduana, luego que una feria extranjera que venía a Chile no las reclamara. Después de eso se instalaron donde hoy está el edificio Santiago Centro y a los pocos años se cambiaron a un costado de la iglesia San Francisco –cuenta Ignacio Moraga.
Esa, dicen, fue la época de oro de los Diana: cuando eran un parque de entretenciones abierto con juegos mecánicos y de ingenio. Muy fome para nuestra época, pero que en la década de los 50 no tenía nada que envidiarle a las ferias europeas o norteamericanas que venían a itinerar a Chile. Eran los juegos más grandes de Santiago. Sin embargo, el juego estrella seguía siendo muy simple.
-Mi abuelo descubrió que la lotería era lo que más plata daba, porque la gente salía incluso del Club de la Unión a jugar a los Diana. Llegaban señoras con abrigos de piel y con mucha plata –recuerda su nieto.
Roberto Zúñiga Cabezas, hijo del fundador, vivió esa época.
-Abríamos a las seis de la tarde y cerrábamos a las seis de la mañana. Se reunía mucha gente, todos fanáticos de la lotería que se volvieron jugadores empedernidos y se amanecían. El fin de semana en la noche llegaba mucha gente rica que después de las fiestas del club, de madrugada, se pasaban a los Diana. Era impresionante ver a un señor de etiqueta sentado en el caballo del carrusel –cuenta.
Pero no todo era glamour. La entretención ya no era propiedad de la elite y el público que iba a jugar era muy variado.
-Iban muchas prostitutas a buscar clientes y cuando conquistaban al fulano se lo llevaban a la Cuncuna, que era un juego que tenía una cortina que cuando se bajaba, adentro comenzaban los besos y los manoseos. De ahí salían listos pa’ la foto -recuerda Mariano Espínola, que comenzó cantando los números de la lotería y terminó como el fotógrafo oficial de los juegos.
Luis Vidal, La Lucha, el travesti que hace un tiempo entrevistamos en The Clinic, recuerda esos años. Según él, los Diana eran un muy buen lugar para encontrar clientes.
-Iba desde que tenía 11 años porque no tenía dónde dormir. Al lado había un estacionamiento y cuando conocíamos a alguien que nos gustaba, nos íbamos a pinchar allá. Iba mucha gente a la que le gustaban los homosexuales y como yo era cabrito me hacían chupete. Yo no cobraba porque no sabía que tenía que hacerlo. Además, me conformaba con dormir –cuenta.
La época de oro duró poco. En 1964, el alcalde Manuel Fernández prohibió la Lotería alegando que la gente se había enviciado. Los Zúñiga tuvieron que reinventarse. Roberto dejó el negocio en manos de su hijo y él se asoció con el restaurante Cuba, que estaba en calle Ahumada. Allí instaló otros juegos Diana. Pero nunca fue lo mismo.
ALLANAMIENTOS
El Golpe y la Dictadura terminaron por borrar los antiguos Diana. La gente dejó de ir a los juegos. El lugar llegó a convertirse en un sitio peligroso por las frecuentes redadas que hacían la policía y los militares, hasta tres veces por semana.
-Ahumada en ese tiempo era una calle con autos y los carabineros bajaban y obligaban a la gente que estaba jugando a formarse en una fila. Los tenían hasta que les mostraran el carnet, pero la gente se ponía idiota porque les apagaban las máquinas y perdían tiempo. Lo más penca era que los que no tenían identificación se iban detenidos –recuerda Ignacio Moraga.
Los allanamientos tenían su explicación, porque para la policía los Diana eran centro de reunión de los opositores.
-Los pacos sabían que los Diana eran un escenario especial para hacer reuniones, porque acá no se escuchaba nada de lo que hablaban. Generalmente había gente que se reunía, se ponían uno al lado de otro en los juegos y hablaban- explica Moraga.
Los juegos de Ahumada también se transformaron en un refugio para evadir el toque de queda. Según su dueño, muchos de los clientes que trabajaban en el centro, al ver que no alcanzaban a llegar a sus casas porque se les había hecho tarde, pedían permiso para dormir en el local. También se quedaban adentro los que se les pasaba la hora jugando.
LOS MALL Y LAS CONSOLAS
La muerte de uno de sus hijos obligó al patriarca Zúñiga a retirarse definitivamente. El negocio quedó en manos de sus otros hijos. De la iglesia San Francisco los juegos se fueron a San Diego 438 y de Ahumada 170 pasaron al local del frente, en el subterráneo de Ahumada 131.
La llegada de la democracia en los ’90 podría haber mejorado la salud de los Diana. Pero otro golpe esperaba a la cadena: la aparición de los mall, que les arrebató definitivamente a la gente. -Los mall fueron creados con el concepto de las plazas de armas, donde estaba todo lo que necesitabas.
Concentraron los servicios y nunca entramos en esa dinámica, porque son muy depredadores: cobraban arriendos muy caros y nos obligaban a que ellos fueran nuestros socios –cuenta Enrique Zúñiga.
Cada vez menos gente venía al centro a entretenerse y mucha más sólo a trabajar. Los ‘90 fueron trágicos para los Zúñiga, porque a los malls que se levantaban en las comunas se les sumó un verdugo peor: las consolas de videojuegos.
-Internet, las consolas y los mall jodieron a los Diana. En Nueva York hubo muchas empresas que quebraron por culpa de la tecnología, del Atari y el resto de las consolas. A partir de eso todo fue exponencial y cuando salió el Nintendo ya la cosa no se podía parar. Imagínate que puedes comprar el mismo juego que nosotros tenemos en una máquina, pero lo juegas en tu casa las veces que quieras y sin pagar más por él –agrega Enrique.
Los Diana además tenían una competencia fiera: Fantasilandia.
-Fantasilandia tiene espaldas muy grandes y entraron haciendo inversiones gigantescas. La realidad es que los Diana están a una escala mucho más baja no más y apuntamos a públicos diferentes. Nos hemos encontrado con sus gerentes en las ferias comprando juegos. Mientras nosotros compramos US$ 100 mil en máquinas, que para nosotros es mucho, Fantasilandia compraba muchos millones de dólares –explica Enrique Zúñiga.
GAME OVER
El tiro de gracia le llegó a los Diana en los noventa, cuando cundió la idea que el centro se había echado a perder. El local de Ahumada pasó a ser considerado peligroso, porque se había convertido en refugio de vendedores ambulantes y lanzas. Además, adentro los robos eran generalizados.
-A este negocio lo jodió la delincuencia. Todos los días a los clientes que estaban metidos en los juegos les robaban las mochilas y no se daban ni cuenta. El negocio se fue a la cresta, porque la gente llegaba a jugar y se iba toda amargada y no volvía más. Se tejió una mala fama y cerrábamos el local a las 8 de la noche porque era muy peligroso andar en el centro, cuando antes lo hacíamos a las tres de la mañana y nunca pasaba nada –cuenta Ignacio Moraga.
A los delincuentes se sumó la prostitución infantil. Muchos de los niños que vivían en la calle y que se prostituían en la Plaza de Armas de Santiago pasaban habitualmente en los Diana, e incluso allá mismo los proxenetas los iban a reclutar. Tanto, que la mayoría de los jóvenes del caso Spiniak recuerdan a los Diana como parte de su vida.
-Acá llegaban muchos viejos a mariconear. Iban al local a buscar niños, compraban fichas y se las echaban al bolsillo. Comenzaban a mirar a quiénes podían atrapar y los invitaban a jugar gratis hasta que los convencían. Teníamos cuatro guardias que los echaban del local, pero era muy difícil detectarlos porque el espacio era grande y había más de 280 máquinas –dice Ignacio Moraga.
La gota que rebasó el vaso fue la muerte de Francisco Lillo, un joven de 30 años que falleció de un ataque cardiaco el 2 de enero de 2006, mientras jugaba al juego de peleas Tekken. Era cliente habitual desde los 10 años.
-Con la autopsia supimos que venía drogado así que podría haberse muerto en cualquier parte. Pero coincidió con que fue justo allí, jugando. Por eso cerramos el negocio inmediatamente por duelo, fuimos a velarlo y después al cementerio –recuerda Ignacio Moraga.
La muerte del Lalo acabó con la poca fama que tenía el lugar. Nadie quería ir a un lugar donde robaban, había prostitución y la gente se moría jugando. En octubre de 2006 los Diana de Ahumada 131 se cerraron.
INSERT COIN
Los locales que sobreviven son los de Merced 839 y el de San Diego 438. Pese a que son administraciones separadas -el primero es de Ignacio Moraga y el segundo de Enrique Zúñiga- ambos locales comparten el nombre. Pero están enfocados a distintas máquinas y en el futuro tienen distintos planes para sobrevivir.
El dueño del local de San Diego, Enrique, cree que sus juegos han sobrevivido por la mezcla de máquinas, que entretienen a niños, jóvenes y adultos. Su idea es invertir en máquinas que la gente no puede tener en sus casas y así tirar para arriba el negocio. Además planea convertir el edificio de San Diego en un centro cultural, donde además haya teatro, un café y sitio para exposiciones.
Merced, en cambio, está enfocado en los videojuegos, los simuladores y las máquinas de baile. Pretenden invertir en tecnología para no convertirse en un casino de máquinas tragamonedas de los que hoy abundan en el centro.
Las dos cabezas de los Diana coinciden en que la salvación está en reencantar a los niños y explicarle a los padres que el negocio de la entretención no tiene nada que ver con el vicio.
-Los niños se crían mucho mejor acá en los Diana que jugando en su casa. Acá ellos corren y se desgastan jugando, que es lo que buscan las mamás para que después lleguen raja a dormir –dice Enrique Zúñiga.
fuente: http://www.theclinic.cl/2009/08/22/auge-y-caida-de-los-juegos-diana/
En su mejor momento tuvieron tres locales en Santiago y 26 en el resto de Chile. En los sesenta incluso la clase alta repletaba el puesto que tenían en la Alameda y se quedaban hasta la madrugada jugando lotería. Fueron los reyes de la entretención, pero la dictadura, la competencia con Fantasilandia, los mall, la tecnología y los patos malos los reventaron. Aunque se hayan llenado el Día del Niño, los Juegos Diana están en su peor pantalla.
En 1934, Roberto Zúñiga Peñailillo, un chofer de tranvías, se instaló en el barrio Mapocho a cobrar por un tiro al blanco que tenía de premios cigarros y galletas. En Santiago, por ese entonces, no habían centros de entretención “sanos” para después del trabajo. Y accesibles.
-Mi abuelo vio en el juego una posibilidad de ganar plata. Se instaló en lo que en ese tiempo se llamaba Barrio Chino con el tiro al blanco. Los rifles que usó eran alemanes, de marca Diana, y por eso la gente comenzó a llamar al lugar los “Tiros Diana” –cuenta Enrique Zúñiga, nieto del fundador.
En ese entonces, recuerda Ignacio Moraga, yerno del patriarca Zúñiga, las armas estaban de moda. A los Tiros Diana les fue muy bien.
-El ingenio hizo crecer el negocio. Al tiempo los Diana tenían los gatos porfiados y una pelota para boxear. Los fines de semana se colocaban en el cerro Santa Lucía y en pocos años inauguraron un carrusel y una rueda de Chicago que estaban de remate en la aduana, luego que una feria extranjera que venía a Chile no las reclamara. Después de eso se instalaron donde hoy está el edificio Santiago Centro y a los pocos años se cambiaron a un costado de la iglesia San Francisco –cuenta Ignacio Moraga.
Esa, dicen, fue la época de oro de los Diana: cuando eran un parque de entretenciones abierto con juegos mecánicos y de ingenio. Muy fome para nuestra época, pero que en la década de los 50 no tenía nada que envidiarle a las ferias europeas o norteamericanas que venían a itinerar a Chile. Eran los juegos más grandes de Santiago. Sin embargo, el juego estrella seguía siendo muy simple.
-Mi abuelo descubrió que la lotería era lo que más plata daba, porque la gente salía incluso del Club de la Unión a jugar a los Diana. Llegaban señoras con abrigos de piel y con mucha plata –recuerda su nieto.
Roberto Zúñiga Cabezas, hijo del fundador, vivió esa época.
-Abríamos a las seis de la tarde y cerrábamos a las seis de la mañana. Se reunía mucha gente, todos fanáticos de la lotería que se volvieron jugadores empedernidos y se amanecían. El fin de semana en la noche llegaba mucha gente rica que después de las fiestas del club, de madrugada, se pasaban a los Diana. Era impresionante ver a un señor de etiqueta sentado en el caballo del carrusel –cuenta.
Pero no todo era glamour. La entretención ya no era propiedad de la elite y el público que iba a jugar era muy variado.
-Iban muchas prostitutas a buscar clientes y cuando conquistaban al fulano se lo llevaban a la Cuncuna, que era un juego que tenía una cortina que cuando se bajaba, adentro comenzaban los besos y los manoseos. De ahí salían listos pa’ la foto -recuerda Mariano Espínola, que comenzó cantando los números de la lotería y terminó como el fotógrafo oficial de los juegos.
Luis Vidal, La Lucha, el travesti que hace un tiempo entrevistamos en The Clinic, recuerda esos años. Según él, los Diana eran un muy buen lugar para encontrar clientes.
-Iba desde que tenía 11 años porque no tenía dónde dormir. Al lado había un estacionamiento y cuando conocíamos a alguien que nos gustaba, nos íbamos a pinchar allá. Iba mucha gente a la que le gustaban los homosexuales y como yo era cabrito me hacían chupete. Yo no cobraba porque no sabía que tenía que hacerlo. Además, me conformaba con dormir –cuenta.
La época de oro duró poco. En 1964, el alcalde Manuel Fernández prohibió la Lotería alegando que la gente se había enviciado. Los Zúñiga tuvieron que reinventarse. Roberto dejó el negocio en manos de su hijo y él se asoció con el restaurante Cuba, que estaba en calle Ahumada. Allí instaló otros juegos Diana. Pero nunca fue lo mismo.
ALLANAMIENTOS
El Golpe y la Dictadura terminaron por borrar los antiguos Diana. La gente dejó de ir a los juegos. El lugar llegó a convertirse en un sitio peligroso por las frecuentes redadas que hacían la policía y los militares, hasta tres veces por semana.
-Ahumada en ese tiempo era una calle con autos y los carabineros bajaban y obligaban a la gente que estaba jugando a formarse en una fila. Los tenían hasta que les mostraran el carnet, pero la gente se ponía idiota porque les apagaban las máquinas y perdían tiempo. Lo más penca era que los que no tenían identificación se iban detenidos –recuerda Ignacio Moraga.
Los allanamientos tenían su explicación, porque para la policía los Diana eran centro de reunión de los opositores.
-Los pacos sabían que los Diana eran un escenario especial para hacer reuniones, porque acá no se escuchaba nada de lo que hablaban. Generalmente había gente que se reunía, se ponían uno al lado de otro en los juegos y hablaban- explica Moraga.
Los juegos de Ahumada también se transformaron en un refugio para evadir el toque de queda. Según su dueño, muchos de los clientes que trabajaban en el centro, al ver que no alcanzaban a llegar a sus casas porque se les había hecho tarde, pedían permiso para dormir en el local. También se quedaban adentro los que se les pasaba la hora jugando.
LOS MALL Y LAS CONSOLAS
La muerte de uno de sus hijos obligó al patriarca Zúñiga a retirarse definitivamente. El negocio quedó en manos de sus otros hijos. De la iglesia San Francisco los juegos se fueron a San Diego 438 y de Ahumada 170 pasaron al local del frente, en el subterráneo de Ahumada 131.
La llegada de la democracia en los ’90 podría haber mejorado la salud de los Diana. Pero otro golpe esperaba a la cadena: la aparición de los mall, que les arrebató definitivamente a la gente. -Los mall fueron creados con el concepto de las plazas de armas, donde estaba todo lo que necesitabas.
Concentraron los servicios y nunca entramos en esa dinámica, porque son muy depredadores: cobraban arriendos muy caros y nos obligaban a que ellos fueran nuestros socios –cuenta Enrique Zúñiga.
Cada vez menos gente venía al centro a entretenerse y mucha más sólo a trabajar. Los ‘90 fueron trágicos para los Zúñiga, porque a los malls que se levantaban en las comunas se les sumó un verdugo peor: las consolas de videojuegos.
-Internet, las consolas y los mall jodieron a los Diana. En Nueva York hubo muchas empresas que quebraron por culpa de la tecnología, del Atari y el resto de las consolas. A partir de eso todo fue exponencial y cuando salió el Nintendo ya la cosa no se podía parar. Imagínate que puedes comprar el mismo juego que nosotros tenemos en una máquina, pero lo juegas en tu casa las veces que quieras y sin pagar más por él –agrega Enrique.
Los Diana además tenían una competencia fiera: Fantasilandia.
-Fantasilandia tiene espaldas muy grandes y entraron haciendo inversiones gigantescas. La realidad es que los Diana están a una escala mucho más baja no más y apuntamos a públicos diferentes. Nos hemos encontrado con sus gerentes en las ferias comprando juegos. Mientras nosotros compramos US$ 100 mil en máquinas, que para nosotros es mucho, Fantasilandia compraba muchos millones de dólares –explica Enrique Zúñiga.
GAME OVER
El tiro de gracia le llegó a los Diana en los noventa, cuando cundió la idea que el centro se había echado a perder. El local de Ahumada pasó a ser considerado peligroso, porque se había convertido en refugio de vendedores ambulantes y lanzas. Además, adentro los robos eran generalizados.
-A este negocio lo jodió la delincuencia. Todos los días a los clientes que estaban metidos en los juegos les robaban las mochilas y no se daban ni cuenta. El negocio se fue a la cresta, porque la gente llegaba a jugar y se iba toda amargada y no volvía más. Se tejió una mala fama y cerrábamos el local a las 8 de la noche porque era muy peligroso andar en el centro, cuando antes lo hacíamos a las tres de la mañana y nunca pasaba nada –cuenta Ignacio Moraga.
A los delincuentes se sumó la prostitución infantil. Muchos de los niños que vivían en la calle y que se prostituían en la Plaza de Armas de Santiago pasaban habitualmente en los Diana, e incluso allá mismo los proxenetas los iban a reclutar. Tanto, que la mayoría de los jóvenes del caso Spiniak recuerdan a los Diana como parte de su vida.
-Acá llegaban muchos viejos a mariconear. Iban al local a buscar niños, compraban fichas y se las echaban al bolsillo. Comenzaban a mirar a quiénes podían atrapar y los invitaban a jugar gratis hasta que los convencían. Teníamos cuatro guardias que los echaban del local, pero era muy difícil detectarlos porque el espacio era grande y había más de 280 máquinas –dice Ignacio Moraga.
La gota que rebasó el vaso fue la muerte de Francisco Lillo, un joven de 30 años que falleció de un ataque cardiaco el 2 de enero de 2006, mientras jugaba al juego de peleas Tekken. Era cliente habitual desde los 10 años.
-Con la autopsia supimos que venía drogado así que podría haberse muerto en cualquier parte. Pero coincidió con que fue justo allí, jugando. Por eso cerramos el negocio inmediatamente por duelo, fuimos a velarlo y después al cementerio –recuerda Ignacio Moraga.
La muerte del Lalo acabó con la poca fama que tenía el lugar. Nadie quería ir a un lugar donde robaban, había prostitución y la gente se moría jugando. En octubre de 2006 los Diana de Ahumada 131 se cerraron.
INSERT COIN
Los locales que sobreviven son los de Merced 839 y el de San Diego 438. Pese a que son administraciones separadas -el primero es de Ignacio Moraga y el segundo de Enrique Zúñiga- ambos locales comparten el nombre. Pero están enfocados a distintas máquinas y en el futuro tienen distintos planes para sobrevivir.
El dueño del local de San Diego, Enrique, cree que sus juegos han sobrevivido por la mezcla de máquinas, que entretienen a niños, jóvenes y adultos. Su idea es invertir en máquinas que la gente no puede tener en sus casas y así tirar para arriba el negocio. Además planea convertir el edificio de San Diego en un centro cultural, donde además haya teatro, un café y sitio para exposiciones.
Merced, en cambio, está enfocado en los videojuegos, los simuladores y las máquinas de baile. Pretenden invertir en tecnología para no convertirse en un casino de máquinas tragamonedas de los que hoy abundan en el centro.
Las dos cabezas de los Diana coinciden en que la salvación está en reencantar a los niños y explicarle a los padres que el negocio de la entretención no tiene nada que ver con el vicio.
-Los niños se crían mucho mejor acá en los Diana que jugando en su casa. Acá ellos corren y se desgastan jugando, que es lo que buscan las mamás para que después lleguen raja a dormir –dice Enrique Zúñiga.
fuente: http://www.theclinic.cl/2009/08/22/auge-y-caida-de-los-juegos-diana/
Muy bueno el reportaje, las primeras veces que fui a los diana fue al cetro en Ahumada donde a hora esta feria mix, en el subterranio había una pista grande de carreras, taca tacas y mesas de pinpong. Arriba juegos de vídeo, pinballs y juegos de tiro.
ResponderBorrarSaludos y bueno tu blog